domingo, 2 de diciembre de 2018

Transparencia y opacidad: el asesinato de la realidad

La creación de la identidad



“No conocemos gente sin nombre, ni lenguas o culturas en las que no se establezcan de alguna manera distinciones entre yo y el otro, nosotros y ellos (…). El conocimiento de uno mismo -siempre una construcción pese a que se considere un descubrimiento- nunca es completamente separable de las exigencias de ser conocido por otros modos específicos” (Calhoun, 1994: 9-10). Para poder hablar de los conceptos de “sociedad“ y “transparencia”, debemos abordar primeramente la cuestión de la identidad del individuo. La historia, la geografía, la biología, la religión, la memoria colectiva, la memoria personal y las instituciones de poder, son algunos de los múltiples factores que influyen en la construcción de la identidad individual. Cada individuo y cada grupo social reordena todos estos factores según su marco espacio/temporal, según el contexto en el que desenvuelve. Debido a la multitud de influencias que recibe y a las diferentes interpretaciones que puede realizar, se puede afirmar que, para cada individuo, pueden existir múltiples realidades.


“El poder es el proceso fundamental de la sociedad, puesto que esta se define en torno a valores e instituciones, y lo que se valora e institucionaliza está definido por relaciones de poder” (Castells, M., 2009: 33). Las instituciones y organizaciones de poder de la sociedad, al mismo tiempo, establecen unos determinados roles que, una vez asimilados e interiorizados por los individuos, pasan a convertirse en parte de sus identidades. Los medios de comunicación tienen un papel fundamental en este proceso, ya que permiten proyectar estos roles a los individuos jugando con la transparencia de la opacidad. De este modo, están llevando a la sociedad a una nueva era: la posmodernidad.


Actualmente, nos encontramos en lo que se acostumbra denominar como la posmodernidad que, según afirma Gianni Vattimo (1990: 78) en La sociedad transparente, se trata de una era dominada por los medios de comunicación de masas o mass media que, a pesar de que en un principio parecían ser grandes exponentes de la transparencia y que nos permitirían acceder a toda la información del mundo, la realidad es que están provocando una sociedad más compleja y caótica, repleta de imágenes, repeticiones e interpretaciones que alejan por completo esa idea inicial de transparencia sobre la que se erigían en un primer momento; y es, precisamente, dentro de este “caos” donde residen nuestras esperanzas de emancipación.


La omnipresencia de las imágenes (tanto visuales como auditivas), informaciones y su repetición continua hacen que nos alejemos de los hechos en sí, de lo que realmente importa, lo que hace que sea imposible la idea de la existencia de una única realidad, ya que se están creando continuamente múltiples realidades según las diferentes interpretaciones que realizan los individuos sobre toda esa inmensa cantidad de imágenes e información a las que están sometidos continuamente. Esto provoca, entonces, que la realidad que creemos conocer sea un conjunto contaminado de imágenes, interpretaciones y reconstrucciones distribuidas por los medios que compiten entre sí, y no la realidad en sí misma.


La opacidad de lo real



Aún así, en este sentido existen diferentes visiones. Hay estudiosos como Zunzunegui que defienden la idea de que es imposible que los medios sean completamente transparentes y puedan mostrar la realidad tal y como es, ya que el simple hecho de mostrarla ya está condicionando un enfoque concreto, una selección de una parte de la realidad. “Lo real es opaco. Es la configuración verdadera de lo imposible. ¿Qué significa filmar la realidad? Hacer imágenes a partir de lo real, es hacer agujeros en la realidad. Encuadrar una escena es excavar. El problema de la imagen es que hay que hacer agujeros a partir de lo lleno” (Zunzunegui, S., 2008: 118).


El interés público por la transparencia como un valor democrático comenzó a hacerse presente a partir de la Primera Guerra Mundial y, posteriormente, con la difusión de Internet y el actual contexto de desconfianza por parte de los individuos y la crisis institucional, el debate sobre la transparencia volvió a tomar fuerza.


En la sociedad contemporánea, los individuos reciben de los medios (sobre todo de la televisión y, más aún, de Internet) la información sobre la que crearán su propia opinión (de ahí su importancia), por lo que las instituciones y las organizaciones de poder emplean los medios de comunicación de masas como medios de influencia y persuasión.


Internet está sufriendo el mismo proceso de cambio que, en su momento, sufrió la televisión, la cual, en un principio había nacido para informar, formar y entretener, mientras que ahora ha pasado a ser todo lo contrario: un instrumento de deformación, deseducación y alineación de los individuos. El medio televisivo ha pasado de ser el ideal de transparencia, a la autorreferencialidad, a la opacidad, y lo mismo ocurre con la web.


Ahora “ya nada es indecible, hasta lo más invisible se vuelve visible...” (Imbert, G., 1999: 4). La hipervisibilidad moderna ha provocado trivialización de la información y que todo pueda ser objeto de información mientras sea parte de la actualidad.



El asesinato de la realidad



Sobre esta proliferación de imágenes habla Baudrillard (1996: 15), refiriéndose al “asesinato” de la realidad, de lo real: “la imagen ya no puede imaginar lo real, ya que ella misma lo es. Ya no puede soñarlo, ya que ella es su realidad virtual. Es como si las cosas engullesen un espejo y se convirtiesen en transparentes para sí mismas, enteramente presentes para sí mismas, a plena luz, en tiempo real, en unha transcripción despiadada. En lugar de estar ausentes de sí mismas en la ilusión, se ven obligadas a inscribirse en los millones de pantallas de cuyo horizonte no solo ha desaparecido lo real, sino también la imagen. La realidad ha sido expulsada de la realidad. Solo la tecnología sigue quizás uniendo los fragmentos dispersos de lo real. Pero, ¿a dónde ha ido a parar la constelación de sentido?”. A esa cuestión, Baudrillard (1996: 17) responderá que no ha ido a ningún sitio, ya que “vivimos en un mundo en el que la más elevada función del signo es hacer desaparecer la realidad y enmascarar, al mismo tiempo, esa desaparición”. Sin duda, el pensamiento de Baudrillard en el contexto actual no es caduco, más bien todo lo contrario. Como señalamos con anterioridad, Internet está siguiendo los pasos de aquella televisión abanderada de la transparencia que acabó dominada por los grandes grupos de poder.


En esta desaparición de la realidad y de la aparición de la modernidad líquida, como así la denomina Bauman, el ideal de transparencia ha derivado en una transparencia del mal “donde el mal es la propia transparencia, en la que el papel de la televisión es de primera orden, especialmente en los procesos de banalización de sus contenidos, intoxicación ideológica y de sus informaciones y disolución de toda frontera entre discursos factuales y discursos ficcionales, dirigida por la tendencia a consumirse del ser humano” (López, A. M., 2009: 19 – 20). ¿Pueden ser más aplicables estas palabras a la inmensa información que circula por la red?


Fue en este contexto en el que nació WikiLeaks, la organización mediática internacional creada por Julian Assange en 2006 y que elevó el debate entre transparencia y opacidad a su máxima representación al filtrar documentos secretos de los Estados en nombre de la transparencia y la libertad de información.


Sin embargo, como bien señaló Marcello Serra, hay que tener algo claro: “transparencia no es acceso. El acceso es puntual. La transparencia es casi un proceso. Para entender las cosas, para que sean transparentes, hay que explicarlo, a veces hay que reducir esa información, hay que ponerla en contexto (...). WikiLeaks era “yo te doy todo”. Bueno, “yo te doy todo”, ¿y qué? ¿Y qué hago con todo?”

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