domingo, 2 de diciembre de 2018

Ética de la verdad: secreto, Estado y poder

El secreto de Estado


“Uno de los argumentos más comunes utilizados por los gobiernos para justificar sus abusos es el de la razón de Estado”. Con esta contundente afirmación Miguel Catalán (2013, p. 173) comienza a hablar sobre la ética de la verdad y el secreto de Estado, acusando a los poderes gubernamentales de hacer uso ilícito de este para inculpar con cargos de espionaje, traición y/o revelación de secretos a todo aquel que los saque a la luz. De esta manera, se produce una inversión de culpa con la cual se criminaliza al que actúa en nombre de la moral y la verdad y se victimiza al verdugo. “El secreto de Estado convierte en delincuente no a quien comete los crímenes, sino a quien los desvela” (Catalán, 2013, 175). Véase, pues, el caso de Assange con WikiLeaks o lo ocurrido con Ellsberg-Russo y los Papeles del Pentágono. “Muchos fueron los que perdieron la vida por la única razón de haber sabido demasiado” (Chrétien-Goni cit. en Catalán, 2013, p.175).

Resulta curioso, con respecto a esto, cómo el artículo 105 de la Constitución autoriza el acceso a los archivos administrativos, siempre y cuando estos no comprometan a la seguridad, la defensa del Estado o la averiguación de delitos.
Artículo 105
   La ley regulará:
a) La audiencia de los ciudadanos, directamente o a través de las organizaciones y asociaciones reconocidas por la ley, en el procedimiento de elaboración de las disposiciones administrativas que les afecten.
b) El acceso de los ciudadanos a los archivos y registros administrativos, salvo en lo que afecte a la seguridad y defensa del Estado, la averiguación de los delitos y la intimidad de las personas.
c) El procedimiento a través del cual deben producirse los actos administrativos, garantizando, cuando proceda, la audiencia del interesado.

Con la cuestión de la ética y el secreto de Estado entramos, irremediablemente, en el histórico y eterno debate sobre si el fin justifica los medios. “La razón de Estado arguye que ciertas acciones que comúnmente se juzgan inmorales, así como su posterior encubrimiento, resultan admisibles cuando las realiza en el ejercicio de su cargo una autoridad gubernamental con el fin de promover los intereses del Estado. La razón de Estado supone una aplicación del criterio en virtud del cual la importancia de ciertos fines justifica el empleo de medios inmorales para conseguirlos” (Catalán, 2013, 174). 

“El principal problema del secreto de Estado radica en que se utiliza con suma facilidad para ocultar datos que, de saberse, pondrían en peligro no el Estado o la seguridad nacional, sino el gobierno o algunas seguridades personales” (Catalá, 2013, 175). Y aquí está la clave de la dicotomía existente entre moral y secreto y la inevitable interrelación de este último con la cuestión del poder. 


Secreto como sinónimo de poder


¿Sería mejor, entonces, un Estado sin secretos? Marcello Serra lo tiene claro: el secreto es imprescindible para un correcto funcionamiento de la sociedad y mantiene la necesidad de dejar a un lado el prejuicio existente: “El secreto es una invención de la humanidad importantísima. ¿Cómo vives sin secreto? Una sociedad totalmente transparente es una pesadilla, un infierno. Nadie no tiene secretos. Assange tenía un poco una visión tecnológica, tecnocrática. Además, Assange tiene una idea de que el cambio es bueno porque sí. Cuando le han dicho que ha ganado Trump, dijo “Bueno, it’s a change” (...). ¡Pero no todos los cambios son iguales!”.

Para comprender la relevancia de mantener ocultas ciertas informaciones, Serra establece una comparación entre la construcción de la escena teatral y las entrañas de un gobierno, siendo el espacio entre bastidores el lugar “en donde se construye lo social”. “Es necesario el espacio de atrás” para no perder la autoridad. 

Pongamos como ejemplo el caso de una familia: unos padres están discutiendo sobre el castigo que le impondrán a su hijo por cierta actitud que ha tenido. Si el niño presencia este debate y ve que no llegan a un acuerdo, perderá cierto respeto ante ellos, ya que no los verá como dos figuras autoritarias y firmes. Ahí radica la necesidad de mantener este tipo de conversaciones “entre bastidores”, apartadas de la realidad del niño, de la realidad de la sociedad. Así es como se construye el poder en base al secreto, que funciona exista o no algo que ocultar.

El secreto es siempre sinónimo de poder. Si se revela ya no existe y, si no tienes nada que ocultar, no tienes nada que te sitúe en una posición superior con respecto a otros. Es esta pérdida del secreto (más que de las informaciones) lo que provocó que los Estados comenzasen sus ataques a WikiLeaks y Assange. Su poder estaba en riesgo.

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